Desde mi punto
de vista vivimos un momento políticamente incorrecto en nuestro entorno
institucional supuestamente garante de la vida gratificante de los ciudadanos.
Poderes
legislativo, ejecutivo y judicial; Europa, España, comunidad autónoma,
municipio; todo me parece inmerso en un fracaso político cuyas consecuencias
van a modular nuestra futura vida.
Qué puedo
decir de una Europa sumida en verdaderas batallas deshonestas, capaz de amputar
uno de sus brazos por la defensa de unos valores económicos determinados y una
hegemonía nacionalista; qué de una España cuyos poderes constitucionales no son
creíbles por la ciudadanía, en la que un gobierno corrupto y una oposición que
tiene que estar callada porque enseguida la tapan la boca, disponen con
estrategias mafiosas su secularización política; qué de unas comunidades
autónomas insolidarias con el resto de administraciones del mismo nivel y con sus
propios ciudadanos cuyo referentes ideológicos los separan más y más de los
intereses de la ciudadanía; y, por último, qué de unos municipios que basan sus
estrategias políticas, no en el beneficio de sus vecinos, sino en personalismos
impropios de su elección como lo son las querellas personales, el afán de
protagonismo, o la radicalización del mensaje. ¿Qué clase política tenemos?
Parece que nos
hemos acostumbrado muy pronto a las mayorías absolutas, y oposiciones
resignadas, y nos hemos olvidado de la negociación para el beneficio público,
del poder que tiene el convencer con respecto al vencer (Unamuno), de que la
armonía pública se basa en la armonía política y que no es lo mismo tener una
institución honorable que una verdulería de iracundas vendedoras (que no se
ofenda nadie por el tópico) que quieren vender sus lechugas pretendiendo
disimular su incompetencia con sus exabruptos.
Malos tiempos
para los ciudadanos.