martes, 4 de febrero de 2003

Mr. Hide

Mirando por la ventana, intentaba encontrar reflejado en las gotas de lluvia que tamizaban el verde paisaje, la forma de hacerse comprender por su interlocutor. En su interior sentía, a priori, el sabor de la incomprensión, incluso cuando hablaba con él, su mejor amigo, su único amigo. Él que era capaz de acompañarle aquella fría tarde de invierno en el salón de su pequeña casa de campo, lejos de todo el mundo, lejos incluso de él mismo.
- Yo no pinto. Ni óleo, ni acuarela, ni nada. ¡Es él!– comenzó tímidamente, desganado.
- ¿Él?
- Sí. El otro. El que vive incarnado dentro de mí. Mi propio Mr. Hide. ¡Es él!.
«Él vive encerrado en mi cuerpo, prisionero de mi voluntad, sin que tenga libertad física para realizarse como persona, como individuo libre, independiente. Sin embargo su sensibilidad vive intensa e incorpórea, como el sabor de los alimentos, como el olor de los niños.
«Sufre. Sufre mucho, intensamente, por una condena a perpetuidad que inexplicablemente padece. De vez en cuando se revela y exige salir al exterior, gritar sus derechos, exigir explicaciones del por qué el tiene que estar dentro y yo fuera; decir que se ahoga dentro de mí, que el también quiere ver ese bosque, oler la lluvia, sentir el calor de la chimenea, amar a una mujer; que tiene derecho a estar donde estoy yo: fuera. ¡Fuera!.
«Cuando su sufrimiento llega a un nivel inaguantable, chilla, pero no tiene voz; llora, pero no tiene lágrimas; blasfema, pero no tiene ningún dios. Pero yo sí siento en mi ánimo su dolor, sus lágrimas atenazan mi garganta, su increpaciones saturan mi conciencia. Entonces le regalo una estilográfica, una partitura de música o unos pinceles. Y el se vuelca visceralmente en una actividad arrolladora y absolutamente anárquica, sin conciencia de trabajo, metodología o estudio, sino con el solo objetivo de su propia comunicación, de su propia realización como persona.
«Así que no me hables sobre procedimiento de aprendizaje, talleres de pintura, o "pintura de cocina", no es ese ni mi problema, ni su interés. Yo sólo quiero tranquilizarle, él sólo quiere sentirse vivo.
La lluvia chocaba en los cristales, el aire movía los conos de los cipreses, un columpio oxidado chillaba su abandono. Humedad, frío, desaliento.
- ¿Y tú?. – le pregunto su amigo seriamente preocupado.
- ¿Yo?. Me quedo viendo el bosque, oliendo la lluvia, sintiendo el calor de la chimenea, amando a una mujer. Sentado en este sillón, junto a Mr. Hide, conteniéndole, carcelero de su espíritu, esperando. Esperando que un día él pueda sentir el bosque cuando lo vean mis ojos, la embriaguez con el olor de la lluvia, el confort con el calor del hogar, la pasión con el placer de mi piel.
Ambos se quedaron callados, sumidos en sus pensamientos, en sus desalientos, buscando en el brandy de sus copas un indicio, otra vida, quizás una tarde soleada . Al rato el anfitrión miro extrañado a su amigo, irreconocible en esos momentos, y le preguntó:
- ¿Y tú?. ¿Quién eres tú?.
- ¿Yo?. ¡¿Estás tonto?!. ¿No me conoces?. Soy tu cuerpo. Es decir, el cuerpo del cuerpo de tu Mr. Hide. Ya sabes, un cuerpo más de nuestra muñeca matioska.
El hombre se alteró bruscamente, sintiendo el pánico en cada rincón de su ser, apoyando todos los dedos de sus manos en su pecho, medio señalando, medio cobijándose.
Pero no puede ser. Yo tengo mi propio cuerpo, mi propia alma. Estoy viendo el bosque, el fuego en el hogar ....
El interlocutor levanto la mano displicentemente interrumpiendo bruscamente al hombre.
– ¡Estúpido presuntuoso!. Eso no es más que El Espejo. El diabólico espejo del guión de tu vida.