lunes, 28 de febrero de 2011

Ante la lucha

Ayer, mientras hacíamos los planes para la campaña, mientras velábamos armas alrededor de las fogatas, en una noche estrellada y fría, me advirtieron que nuestros adversarios contaban con ochocientos lanceros; yo sabía que nosotros sólo éramos ochenta. Un viento helador avivo la hoguera y se coló bajo mi capote.


El alcance de esos datos impactaron en mí con la pestilencia de la derrota. Ochocientas personas para tomar la calle de una urbe de veintiséis mil pacíficos ciudadanos sin estímulos para la lucha, ochocientas personas para enfrentarse a nosotros, ochocientas personas para dominar el escenario de la confrontación.

Mirando las estrellas me obligé a pensar que nosotros contamos con ochenta guerreros para la historia; ochenta soldados que podrán agarrar el destino con sus manos haciendo añicos la supremacía del enemigo, ochenta personas que serán capaces de acallar el estruendo del ejército corrupto para colarse en la libre elección del pueblo, ochenta personas que serán capaces de arrancar el apoyo de los ciudadanos, ochenta personas que alcanzarán el prodigio de la inmortalidad.

Y veo a los viejos, por la mañana, contando la hazaña a sus nietos ante un tazón caliente de leche, a las mujeres parar en sus quehaceres para escuchar el relato, y entre los hombres, en la oscura taberna, con los ojos rojos por el vino y la piel de gallina por el orgullo, restallará el profundo y silencioso grito de lucha: ¡IGUALDAD!

miércoles, 16 de febrero de 2011

Bip, bip

Mis amigos me preguntan por qué, de todas las disciplinas que componen el tiro con arco, he elegido el tiro en bosque (cierta sensibilidad quijotesca me impide la caza). Y, ciertamente, siento pudor en explicar algo que sale muy hondo de mi esencia de persona, de mi naturaleza.

Vivimos en un mundo “bip, bip” –póngase el tono que se quiera-, nuestro teléfono móvil suena con un “bip, bip”, el semáforo que vamos a cruzar, “bip, bip”, si no nos ponemos el cinturón de seguridad en el coche, “bip, bip”, la maquinaria que empaqueta nuestros alimentos, “bip, bip”, incluso si la Guardia Civil nos hace la prueba de la alcoholemia, “bip, bip”; todo se mueve, nos avisa, se comunica con nosotros con un “bip, bip”.

Yo me imagino sentado sobre una roca, en la ladera de una cima aún fría y húmeda por la noche; sintiendo como la niebla oculta los árboles que definen el claro del bosque donde estoy, sintiendo como el jabalí controla mis movimientos en defensa de sus jabatos, cómo el venado me mira tembloroso y el lobo hambriento estudia mis debilidades. La niebla trepa ladera arriba, mientras la campana de la Iglesia de un pueblo cercano (por puro romanticismo diré que esto no me suena “bip, bip”), toca “difuntos”. De repente la niebla muestra el sol y, este, calienta mi cara y seca mis huesos, lo miro con ojos entornados y alma abierta, y me incorporo, levanto mi arco y lo saludo. El jabalí retrocede, el venado corre espantado, el lobo baja su cuerpo tembloroso. ¡Soy arquero!

jueves, 10 de febrero de 2011

De la autocracia, de la teocracia y de la madre que las parió

Nos encontramos en un momento, que espero que sea histórico, en el que los países del norte de África y parte del medio oriente (Marruecos, Argelia, Libia, Túnez, Egipto, Arábia Saudita, Yemen, Siria y Jordania), pretenden decir adiós a sus mandatarios autócratas. Esta autocracia, y el respaldo del mundo occidental a estos regimenes, tienen un carácter económico y militarista, fundamentado este último en el miedo, miedo a que su lugar sea ocupado por gobiernos teocráticos; y ese miedo, fuera de los apoyos gubernamentales, también lo compartimos los ciudadanos de a pié conocedores de todos los problemas que puede acarrear la esquizofrenia teísta.

Ayer, en el debate de una asamblea, dije que no estoy dispuesto a aceptar que la adquisición de votos rapte mi ideología; nosotros vendemos carne, el que quiera pescado que se vaya a la tienda de enfrente, está en su derecho.

¿Vamos a permitir que nuestros miedos, nuestra falta de voluntad, sean más fuerte que nuestros retos?. No se puede crear, ni un pueblo ni un país a base de frustraciones y de miedos, sino con la fuerza de la ideología, la entrega personal y la fuerza de los compañeros unidos alrededor de esa ideología.

lunes, 7 de febrero de 2011

De la caza y de los cazadores

Con el progreso de la humanidad, nos enfrentamos a nuestra originaria naturaleza desde una perspectiva evolucionada hacia unos parámetros que en nada tienen que ver con el orbe natural. Un orbe que tiene unas reglas muy sencillas pero muy arraigadas en todos sus componentes.

Hemos creado nuestra propia industria textil a espaldas de la naturaleza. También a espaldas de la naturaleza la industria alimentaria, y la farmacéutica y todas las demás; todas y cada una de esas industrias que el resto de las especies que componen la naturaleza la formalizan dentro de esa misma naturaleza. Pero, además, hemos creado otras industrias que nos han segregado más aún de esas especies naturales.

Hemos dejado de ser animales por cuanto que no nos ceñimos a muchas de las reglas, de esas reglas primigenias, que conforman la esencia natural, y utilizamos el hábitat exclusivamente como una estructura para el asentamiento. ¿Seremos dioses?, ¿por qué no, si nada tenemos que ver con la naturaleza y algunos dicen que hemos sido creados a imagen y semejanza de uno superior?. ¿O seremos el cáncer de Dios, capaz de destruirle a Él y a su obra?. ¡Me haría mucha gracia la cara de idiotas que se les iba a quedar a tanto teísta vanidoso!.

Los seres humanos ya no nos proveemos por nuestros propios medios a nosotros mismo y a nuestra familia, o como mucho a nuestra comunidad directa, de alimentos, de abrigos, de viviendas, etc.. Ya no tiene que salir al campo acechar una pieza y abatirla. Difícil, trabajosamente. No lo necesitamos. Vamos al supermercado y compramos una pieza de algo que se llama carne, de algo que se llama abrigo.

El año pasado visité en una aldea de Lugo una vaquería. Un sitio dónde se hacinaban las reses en condiciones higiénicas perseguidas pero no conseguidas. A mí, que mi sensibilidad con los seres vivos me ha hecho repetirme que los filetes son unas cosas rojas que crecen en la cámara frigorífica del carnicero del pueblo donde vivo, me contaron que la vaca produciría tres o cuatro terneros, la leche que esa circunstancia produciría y la carne que luego la arrancarían -¡Joder!-. Luego fui a ver a los ternerillos nacidos el día anterior. Eran machos. Uno de ellos jugaba conmigo escondiéndose tras un trotecillo en su cajón, sacando su cabeza para cerciorarse de que le hacía caso y saliendo al corralillo mirándome con sus ojos profundos y felices de ver un mundo de colores. Yo sabía que al día siguiente iba a ser sacrificado. También, hace dos años, todos supimos como los indisciplinados japoneses esquilmaban sus mares con la caza de la ballena, esos mamíferos inteligentes y con sentimientos, en defensa de su industria pesquera. ¿Y los cambios de alimentación en los carroñeros gracias a nuestra política sanitaria?. ¿Y los cambios en nuestro ecosistema en base a la proliferación urbanística?. ¿Sigo?.

Yo no soy cazador. Yo tengo la sensibilidad, o sensiblería, típica del hombre y de la mujer de ciudad. Hiere mi sensibilidad el pánico que se le produce a la res asediada en el monte, escondiéndose en el zarzal, saltando por los riscos mientras huye del depredador invatible, volando entre acantilados forzando su cuerpo en la huida. No me gusta manchar de sangre mis polainas, no me gusta perturbar a los animales que castigan los campos de labor. Mi despensa es la industria y la industria no tiene nada que ver con los animales. No, no soy cazador, soy un dios, un horrible y destructivo dios.

miércoles, 2 de febrero de 2011

A medio camino

A medio camino entre bosque y ciudad, a medio camino entre la noche estrellada y el agostamiento estival, a medio camino entre el ayer y el mañana, a medias se queda Villaviciosa de Odón.


Algunos la llaman pueblo, otros la llaman barrio y en esa indefinición nació, crece y morirá; porque siendo ley que las ciudades nazcan, también lo es que morirán, adornándose sus lápidas con el trabajo, la ilusión y el amor de las personas que la moraron. ¡Qué lapida tan bella dejaron en el recuerdo ciudades de la antigüedad que fueron moradas por almas enamoradas de su tierra!; ¡qué horrible tumba aquellas otras que fueron moradas por personas desarraigadas, meros durmientes de horas inactivas, meros ocupantes de un erial, a medias entre su lugar de trabajo y su hogar!.

A medio camino, decía, se queda Villaviciosa, y a medio camino se quedan mis recuerdos de pubertad, cuando la escasez económica me obligaba a bajarme en el pueblo, a medio camino de la montaña, para pasar una noche de acampada y una mañana de hastío. A mitad del camino me quedé en mi búsqueda del domus rural y la atracción por la ciudad. A medio camino se quedan los ciudadanos que vienen de la ciudad, a medio camino las ciudades que no las saben amar.

martes, 1 de febrero de 2011

De la dignidad

Definida la dignidad como gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse (R.A.E.), a uno le cabe preguntarse si esa forma de comportarse depende del medio en el que el digno se desenvuelve y a los motivos propiciados por la propia situación. De ello deviene, de ser cierto, que no existe cualificación de dignidad, pues, en su entorno, tan digno es un heroinómano en un poblado marginal de Madrid dedicado a la venta de droga, como un cura oficiando Misa en una imponente catedral.


La indignidad ofende. Ofende nuestro sentido de la ética y de la estética, ofende nuestra propia dignidad que se ve mermada cuando una persona individualmente respetada se nos muestra adulterada, completamente distinta a nuestra percepción de correcto comportamiento.

En política tenemos ejemplos de conducta indigna, no delictiva, a la que parece que nos vamos acostumbrando como nos acostumbramos a tantas y tantas degradaciones de esas reglas de comportamiento que se van truncando merced, decimos, al acomodamiento a una inercia de las reglas sociopolíticas más permisivas con el fin que con los medios.

Esa ofensa, de la que antes hablaba, es mayor cuando viene de personas del entorno político más próximo. Y uno no puede evitar la semejanza entre la de un concejal que desprestigia en un pleno municipal a un compañero de partido (pleno en el ayuntamiento de Villaviciosa de Odón 28/01/2011), con un cura heroinómano que da Misa en un burdel. Cuando esto pasa, la palabra, el proyecto, la unidad programática, únicas armas que tienen los políticos para realizar su función social, es sustituida por la soberbia y la indignidad.

Otra versión más trabajada

La indignidad ofende. Ofende nuestro sentido de la ética y de la estética, ofende nuestra propia dignidad que se ve mermada cuando una persona, grupo o institución, por sí respetada se nos muestra adulterada, completamente distinta a nuestra percepción de correcto comportamiento.


Definida la dignidad como gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse, a uno le cabe preguntarse si esa forma de comportarse depende de la correcta unión entre el medio, y los motivos propiciados por la propia situación, en el que el digno se desenvuelve (calidad), o si deviene de los caracteres del individuo (cualidad). De ser cierto lo dicho, en su entorno, tan digno es un heroinómano en un poblado marginal de Madrid dedicado a la venta de droga, como un cura oficiando Misa en una imponente catedral.

En política tenemos ejemplos de conducta indigna a la que parece que nos vamos acostumbrando como nos acostumbramos a tantas y tantas degradaciones de esas reglas de comportamiento que se van truncando merced, decimos, al acomodamiento a una inercia de las reglas más permisivas con el fin que con los medios. Así devaluamos claramente la calidad, cuya esencia social pierde peso frente a la cualidad, anidada en la esfera individualista.

Al haber desistido la dignidad, o la indignidad, del componente social, el individuo se enfrenta sólo ante el juicio moral tremendamente inflexible desde el prisma objetivo, haciéndole protagonista de su entorno. Puestas así las cosas, si un político, contrariamente a las lógicas prevenciones sobre la protección de su partido, y con motivos puramente personales, arremetiese fuera del espacio diseñado, contra su propio partido, vendría a tener la misma cualidad que un cura heroinómano dando Misa en un burdel.