lunes, 28 de febrero de 2011

Ante la lucha

Ayer, mientras hacíamos los planes para la campaña, mientras velábamos armas alrededor de las fogatas, en una noche estrellada y fría, me advirtieron que nuestros adversarios contaban con ochocientos lanceros; yo sabía que nosotros sólo éramos ochenta. Un viento helador avivo la hoguera y se coló bajo mi capote.


El alcance de esos datos impactaron en mí con la pestilencia de la derrota. Ochocientas personas para tomar la calle de una urbe de veintiséis mil pacíficos ciudadanos sin estímulos para la lucha, ochocientas personas para enfrentarse a nosotros, ochocientas personas para dominar el escenario de la confrontación.

Mirando las estrellas me obligé a pensar que nosotros contamos con ochenta guerreros para la historia; ochenta soldados que podrán agarrar el destino con sus manos haciendo añicos la supremacía del enemigo, ochenta personas que serán capaces de acallar el estruendo del ejército corrupto para colarse en la libre elección del pueblo, ochenta personas que serán capaces de arrancar el apoyo de los ciudadanos, ochenta personas que alcanzarán el prodigio de la inmortalidad.

Y veo a los viejos, por la mañana, contando la hazaña a sus nietos ante un tazón caliente de leche, a las mujeres parar en sus quehaceres para escuchar el relato, y entre los hombres, en la oscura taberna, con los ojos rojos por el vino y la piel de gallina por el orgullo, restallará el profundo y silencioso grito de lucha: ¡IGUALDAD!