miércoles, 16 de febrero de 2011

Bip, bip

Mis amigos me preguntan por qué, de todas las disciplinas que componen el tiro con arco, he elegido el tiro en bosque (cierta sensibilidad quijotesca me impide la caza). Y, ciertamente, siento pudor en explicar algo que sale muy hondo de mi esencia de persona, de mi naturaleza.

Vivimos en un mundo “bip, bip” –póngase el tono que se quiera-, nuestro teléfono móvil suena con un “bip, bip”, el semáforo que vamos a cruzar, “bip, bip”, si no nos ponemos el cinturón de seguridad en el coche, “bip, bip”, la maquinaria que empaqueta nuestros alimentos, “bip, bip”, incluso si la Guardia Civil nos hace la prueba de la alcoholemia, “bip, bip”; todo se mueve, nos avisa, se comunica con nosotros con un “bip, bip”.

Yo me imagino sentado sobre una roca, en la ladera de una cima aún fría y húmeda por la noche; sintiendo como la niebla oculta los árboles que definen el claro del bosque donde estoy, sintiendo como el jabalí controla mis movimientos en defensa de sus jabatos, cómo el venado me mira tembloroso y el lobo hambriento estudia mis debilidades. La niebla trepa ladera arriba, mientras la campana de la Iglesia de un pueblo cercano (por puro romanticismo diré que esto no me suena “bip, bip”), toca “difuntos”. De repente la niebla muestra el sol y, este, calienta mi cara y seca mis huesos, lo miro con ojos entornados y alma abierta, y me incorporo, levanto mi arco y lo saludo. El jabalí retrocede, el venado corre espantado, el lobo baja su cuerpo tembloroso. ¡Soy arquero!