viernes, 12 de septiembre de 2014

La Diada


Primero, cómo no, pedirle al Sr.Pérez Gonzáles (Peridis) permiso para utilizar su caricatura publicada en el periódico “El País” el 12 de septiembre de 2014. Una caricatura que, como todas sus creaciones, requiere de la atención artística que se merece, y no de la desinteresada mirada de aquellos que sólo ven en el arte un adorno dependiente del mejor o peor gusto del observador.

Ayer fue la Diada. La conmemoración del nacionalismo catalán. Mi repulsa visceral a todo nacionalismo, más o menos nuclearizado, no impide observar con admiración el éxito de una manifestación mayoritaria que revindica la independencia de una región del Estado Español; ni mi estupor al observar el odio que tienen los nacionalistas, sean los que sean, a su propia nación.

Para evitar ambigüedades diré que tan nacionalista es el español, como el catalán, como cualesquiera otros que se arrogan la capacidad de todo hijo de madre que fue a lanzar su primer llanto en un determinado lugar, y por ende, que no por otra cosa, deben pleitesía al gobierno de turno que en ese territorio asienta sus reales.

Lector de Unamuno y conocedor de su concepto de intrahistoria, entiendo que es ese el concepto de nación. No el del entorno encerrado por la espada de un señor, el lápiz de un tirano, o la opresión de un administrador. ¿Es la misma intrahistoria la de un catalán que la de un andaluz?, ¿es la misma la de un gallego que la de un valenciano?. Apuremos un poco más, ¿es la misma intrahistoria la de un barcelonés urbano que la de un vallense rural?. Abundando ¿se parece más la intrahistoria de un portbuense a un gaditano que a la de un ciudadano de Peyrestortes?

Liberarnos de la esclavitud territorial, es el primer escalón de la escalera que nos lleva a la libertad ante los gobernadores. El mundo globalizado no debe ser el de las transacciones mercantilistas, el mundo globalizado es el de la libertad de sus moradores para unirse en comunidades libres, formadas en torno a su intrahistoria y su proyecto futuro personal, sirviéndose de unas formas de administración desterritorializadas y mancomunadas, que, a su vez, pacten o se alíen con otras para formar supramancomunidades en tantos niveles como sean necesarios. ¿Es esto lo que pretenden los independentistas?, me parece que no, por tanto he aquí mi enfrentamiento con ellos. Pero ojo, el mismo enfrentamiento tengo con el Estado Español.

La “Libertad” es una palabra tan ambigua que la ha verbalizado desde Hitler, Franco y Musoline, hasta Pablo Iglesias, Durruti y Allende. Empezar a concretar lo que es la libertad, es empezar a concretar la dignidad del ser humano.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Golpe a golpe, verso a verso

Y nos creíamos que la lucha de clases había sido superada. ¡Ja!

La política es una diosa juguetona, o un zorrón como la copa de un pino que en definitiva viene a ser lo mismo. Deja al ser humano regocijarse en las miserias programáticas, se sonríe viéndole actuar en su presunción, en su soberbia, en su egolatría; le ve orgulloso, arrogante, vanidoso y cuando se cansa le da una patada en el culo devolviéndole a lo más profundo del fango mal oliente de su estulticia.

¡Sí, estoy deprimido, que pasa!

Al final todo es muy sencillo. La política no es la idealización del razonamiento social, incluso solidario, sino la metodología de una lucha entre diversos grupos sociales. ¡Por favor, que se dejen de cuentos! Los fascistas se preocupan de que su grupo heterogéneo imponga su voluntad sobre la sociedad; los conservadores pretenden hacer valer sus derechos generacionales y su segregación positiva hacia una parte de la sociedad; los liberales pretenden una sociedad con marcadas diferencias individuales en función de su cuota de poder, de sus actitudes (sí, con ce), de su agresividad, y de su falta de solidaridad. Hasta aquí el Partido Popular. Los socialistas e Izquierda Unida, defienden los intereses de la clase medía, revistiendo su presunta honorabilidad, con opciones, más o menos drásticas, hacia la clase más desfavorecida según una u otra sensibilidad política. Hablar de nacionalistas, es hablar de otro grupo y así sucesivamente con esos partidos generalistas con obvia falta de ideología, de sentido político, sobredosis de tecnocracia y falta de humanidad.

Hoy en España se está destruyendo, no digo que no sea cíclico, la clase media gracias a las políticas del Partido Popular, imbuido de arrogancia y agresividad en la defensa de “su” sector social. Se propicia así la fractura social con la clase más desfavorecida, que se alimenta, cada vez en una mayor inmigración, de la clase media. En este momento aparece el, vaya usted a saber qué, digamos formación, “Podemos” que pretende apoyar este sector, trabajando el desánimo y la lógica reacción del sector a su desesperación, pretendiendo implementar la radical lucha, “guerra”, de clases. Una nueva imagen para una antiquísima estrategia.

Siempre ha perdurado en mi prurito existencial aquel poema de Machado:

Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

El Partido Socialista (PSOE) e Izquierda Unida (IU) pasan, al menos momentáneamente. No porque haya ganado el Partido Popular, más quisieran ellos; no por los errores de los gobiernos socialistas ni por la errática, y propagandista, actitud contestataria al PSOE de IU, sino porque ha perdido la clase media, nuestra clase. Provisionalmente, sí, pero sine díe, también.

¡Pero bueno!, de este escrito a tomarme un lexatin (¡que coño pijerias: un porro!), queda poco, así que añadiendo algo de la cosecha de Serrat, yo seguiré golpe a golpe, verso a verso.

martes, 2 de septiembre de 2014

Mis libros


Somnoliento, abstraído en elucubraciones imaginativas, voy en el autobús junto a otros a los que no les llamaré compañeros, o si lo hago sólo lo son de traslado, que sin quererlo, ni ellos ni yo, me acompañan. Muchos se dejan llevar, ajenos a los que les rodea, leyendo en esos cacharritos electrónicos, en los que se reproduce un texto albergado en un archivo informático, que siendo cadena de ceros y unos, se tornan palabras como si de una máquina criptográfica se tratara. Lo llaman ebook, la mayoría sin saber lo que significa ni la “e” ni el “book” y otros, quizás los que en algo respetan el idioma con el que nacieron, “libro electrónico”.

Los hay, lectores hablo, que son capaces de desalojar toda su biblioteca porque, según les parece, es suficiente librería la que se halla en Internet, ellos la llaman “nube”, y cuando quieren, “bajan”, al aparatejo en cuestión, el archivo codificado que luego se trasformará en un presunto libro. También merecen mención los que retóricamente preguntan: “¿Es que no pone lo mismo, el libro de papel que el electrónico?

Todos ellos, o la mayoría, no son de menguada inteligencia o nula sensibilidad, que parece que la crítica lleva implícito el descrédito, y jamás pecaría de tamaña presunción, pues la opinión por ser contraria no ha de dejar de ser respetada.

El caso es que yo me eduqué a leer pertrechado de lápiz y diccionario, que ya es demasiada carga para llevarla de equipaje en el autobús, aunque, en este caso, si veo cumplido Internet para consulta al diccionario de nuestra Real Academia.  En los márgenes del libro apunto palabras ignoradas, señalo citas o apunto reflexiones. Así lo hicieron antes que yo mi padre y el padre de mi padre, siendo, per se, herramienta vehicular con mis antecesores estas notas y reflexiones, pues aún cuando a mi abuelo no conocí y a mi padre poco, sí los reconozco en estas notas y en los títulos que ellos, antes que yo, leyeron. Y así espero que mi hijo, hija o ambos, lo hagan, y lo repitan sus hijos, y así sucesivamente, estableciéndose una cadena superior a la del recuerdo óptico o sentimental, estableciéndose así, algo parecido a la inmortalidad.

No sólo eso. Un libro es un recuerdo que se prende en la historia personal del lector. Esa tarde de lectura en el banco de un parque en la que metió una hoja de roble, que por ser pequeñas son las más preciadas, o un trébol, o una humilde margarita. El pañuelo de bolsillo de una adolescente que, dentro de la adolescencia masculina, brillaba especialmente; el billete de metro de una capital de un país extranjero, o ese poema que la madre dejó prendido entre los de Bécquer. 

A mí me gustan los libros viejos porque cuentan una historia escrita y otra, u otras, intangibles. Hace tiempo, por ejemplo, me regalaron un libro de cuentos decimonónico en francés, menciono el idioma no por presunción, sino por lo que me costó leerlo. Ya digo que leí algunos de los cuentos pero, mientras lo hacía, mi imaginación vagaba por un escenario diferente, el de un dormitorio con olor espeso donde una niña, recostada en su lecho, enfermiza, pálida, tosía casi constantemente ante la angustia de su padre ya mayor, lector amoroso e incondicional de su bien más preciado que ocultaba sus lágrimas tras el libro como oculta quedaba la lluvia parisina tras las cortinas de la buhardilla en un suburvio de París. Y esa historia que surgió en mi imaginación era tan hermosa como las que estaba leyendo. Aquel volumen de naturaleza que mi abuelo conservaba, tesoro de algún naturista que, en su momento, vagó por campos y mares, aquellos volúmenes de la conquista del Polo Norte, mis historietas de Tintín que me habrieron el mundo de la imaginación; y otros más que, ahora, no vienen a cuento o que, viniendo, alargarían en exceso el relato.

Ya sé que todo es efímero, todo pasa, todo muere, nada es inviolable y nada es eterno ¿Por qué habría de serlo? Ya sé que el día a día nos mueve por viales vertiginosos, poco compatibles con sensiblerías empíricas, y que la imaginación no es rival para la competitividad de esta sociedad. Necesitamos progresar porque en el progreso está nuestro desarrollo. Pero a mí, en el rincón sombrío de mi modesta personalidad, sólo me queda ser un poco tahúr y guardarme un as en la manga: mis libros.