domingo, 23 de septiembre de 2012

La Maleta Mexicana


 
Mala crónica sería, si empezamos con una simulación. La realidad es que lo que ayer sentí y viví, día en que se desarrolló la actividad “Visita a la exposición de La Maleta Mexicana”, ya lo había sentido y vivido el día que preparé la actividad para el club de fotografía L2Q2. Es justo decir, eso sí, que lo que aportó esta mi segunda visita del día 22 de septiembre de 2012, no lo aportó la primera, y es que, acompañado por el único socio que asistió, este me vino a demostrar las mismas emociones que yo había sentido en mi preparatoria visita.

Empiezo por decir que, en mi modesta opinión, me parece absolutamente incorrecto como el Círculo de Bellas Artes y sus coorganizadores, dispusieron la exposición. Cualquier comisario artístico recién salido de una escuela de bellas artes, hubiera expuesto esa obra magna del arte de la fotografía de reportaje de una forma muchísimo más competente. Sin apenas luz para ver los positivados, con reflejos en las ampliaciones y con un recorrido incoherente que hacía molestarse mutuamente a los visitantes, el Círculo de Bellas Artes, la fundación Pablo Iglesias y el Center of photography,  dan la sensación de un esfuerzo secundario para con el evento que tiene una importancia de primer orden. ¡Qué lástima!.
Sin embargo la obra extraída de la profesionalidad de Robert Capa, Gerda Taro y David Seymur ("Chim"), dejó arrinconada cualquier ineptitud de terceros, para comunicarse directamente con el visitante, ya fuera adepto a la fotografía, a la historia o a la crónica, introduciéndose por las distintas sensibilidades con flujo inspirador.

Para aquellos que fuimos allí guiados por la sensibilidad artística de la afición a la fotografía, visualizamos un arte coherente con su autor, el esfuerzo a riesgo de sus vidas  por conseguir esa imagen que representase la vivencia del ser humano que está detrás del visor de la cámara (Gerda Taro murió en Brunete bajo las orugas de un tanque), la profesión puesta al servicio del “yo íntimo”. La terna docente se retrató así misma en otros escenarios mediante otros rostros, sufriendo otras heridas; y eso, precisamente eso, es lo que a mi juicio moldea al artista independientemente de que lleve en su exiguo equipaje una vieja cámara Leica, un sucio lienzo, una arrugada partitura o un plumín despuntado.
Era un trío comprometido ideológica y culturalmente en idénticas convicciones, y sin embargo expresaron esas convicciones de distinta forma, porque en sus coincidencias personales, no dejaban de ser personas distintas. Rober Capa pinto con luz las sombras de destrucción, de muerte, de violencia; La luz de Greda Taro pintaba la amabilidad de las escenas tiernas de madres, de niños arrojados a la miseria, de soldados descansando de los horrores de aquella guerra cainista; Chim iluminó la fuerza, la hidalguía, la soberbia de los ejércitos victoriosos en sus derrotas.

Cada uno vivió su guerra y nos la mostró, mostrándonos, además, sus fantasmas, sus duelos y, también, sus pasiones; y eso nos permite acercarnos no solamente a la guerra de la que tantas consecuencias  se derivaron, sino que nos acerca a nosotros mismos a través de la propia obra del autor. ¿No es esto la esencia del arte?.
En la afición fotográfica hay muchos caminos, precisamente ese abanico de posibilidades desconcierta al aficionado principiante perdido en un mar sin destino. Las exposiciones en fotografía, a mi juicio, hacen buscar la polar necesaria para encontrar el rumbo en ese inhóspito mar. Esta exposición no es una excepción, es más, te determina hacia un rumbo de cuyo canto de sirenas no es fácil abstraerse.

Yo, allí estuve, así lo viví, y así lo cuento.