sábado, 17 de febrero de 2007

A rapa das bestas










¡Nas festas, canto contento!
¡Canta risa nas fiadas! (*)

Todas, toda
s, narradas,
déranlle o seu pensamento.

Y el que, de amores sedentoo,
quixo a todas engañar,
cando as veu dimpóis chorar,

cantaba nas mañanciñas:

–Non sean elas toliñas
non veñan ao meu tocar

(¡En las fiestas, cuánto contento! /¡Cuánta risa en las hiladas! /Todas, todas enamoradas,
/
le dieron su pensamiento. /Y él que, de amores sediento /quiso a todas engañar,
/cuando las vio después llorar /cantaba en las mañanitas: /– Que n sean locuelasy no vengan a mi tocar.

Versos de Rosalía de Castro)


* La fiada es una reunión de mujeres para hilar, que se prolonga en una velada con asistencia de jóvenes, cantos y baile. Era una de las más típicas fiestas campesinas de Galicia.


Que viniera a nacer, sin yo tener nada que ver en ello, en la Villa y Corte, en pleno centro de Castilla, y donde no hay más playa que las del pantano de San Juan, ni más bosques que los de la Casa de Campo, no contribuye, ni mucho menos, a aliviarme el sobrecogimiento que me produce la fuerza del océano, ni la sugestión en el paseo por las corredoiras que cruzan el bosque.
En otros días fui testigo de la brutal pelea que enfrenta el Atlántico y el acantilado gallego, en otras jornadas me intimidó la niebla que rastrea el monte, el frió en los huesos, el graznido del cuervo. Y la imaginación nubló alguna vez mí razón hablándome de ancestros, de malignos y de leyendas. Tormentas demasiado cerca, campanas demasiado lejos.
Pero esta ocasión no es para aprensiones. De abaixo, al monte, suben las gentes de Cedeira, de Piñeiro y hasta de San Andrés de Teixido, y de tantas otras Parroquias que pueblan tantos otros Consellos. Suben, y suben propios y extraños pues aquel día, último domingo del mes de junio, es día de festa, es el día de A rapa das bestas; y el silencio, la nostalgia, la soledad, se troca en golpe de tambor, silbido de flauta y llanto de gaita, en reclamo de feriantes, griterío de rapaces y multitud de entretenidos con ganas de jarana.
El protagonista es el caballo, caballo autóctono, o casi, que libre todo el año, por montes arropado y por gentes respetado, paga hoy su tributo de sobresalto, ofreciendo crines y rabo, conjugando un espectáculo folclórico, donde, como siempre desde que España es España, al que le toca pintar en oros, cobra en bastos.
Los caballos, dispersos por la Sierra de la Capelada, son reunidos por los ganaderos y conducidos a los llamados curros, mejor dicho curro, en singular, pues a uno en concreto se dirigen. A él me dirigí yo, no con buen acierto, a pesar de la fácil localización que la prolífica señalización instalada desde Cedeira garantizaba, pues algo despisté el camino que hube de enmendar gracias al concurso de los paisanos. El acceso tuve que hacerlo por un camino forestal, tan practicable que incluso mi suspicacia en el trato de mi coche no tuvo reparos que oponer.
Alrededor del curro, conjunto de vallados de madera para contener a las bestias, me divertí con un espectáculo muy original que consiste en marcar los nuevos potros y cortarles a los equinos adultos tanto las crines como la cola, para no sé que industria. Aprovechando el sarao, nos regocijamos con otros festejos, todos ellos muy vistosos, como la doma y, sobre todo, la pelea de garañones. Esta pelea de garañones consiste en enfrentar a dos caballos machos para que, uno protegiendo su hembra, otro pretendiendo llevarla a su harem equino, se coceen, muerdan o manoteen entre ellos, eso sí, es un espectáculo totalmente incruento.

Ubicado el escenario en la Sierra de la Capelada, al norte de A Coruña, su entorno es de un alto valor ecológico y con una plasticidad paisajística que es extensiva a varios pueblos de alrededor, no sólo en Cedeira, donde el visitante podrá degustar buenas viandas en “El Náutico”, donde yo comí, y de ello nunca me he arrepentido, un suculento salpicón de langosta; y doy ésta referencia y no otra, que en tierras gallegas seguro hay, por no citar cualquiera otras casas de comida, a las que no pude visitar en una sola jornada.
Terminado el lance, y en retirada hacia Lugo, fui a visitar San Andrés de Teixido, por aquello que dicen vaí de morto o que non foi de vivo, ya que en el inevitable y funesto destino no creo que me vayan a quedar ganas de hacer turismo. Este es un pueblo muy especial por todo, por su arquitectura, por su paisaje, por sus leyendas, es curiosísimo. Especial visita debe hacerse a su Santuario, del siglo XVI (con exvotos y suelo inclinado), la Fonte do Santo (que te dirá si vivirás mucho o poco según la flotabilidad de una miga de pan), y el mirador Vixía de Herbeira. Es curioso como en esta población se aunan religión y superstición (valga para argumentar lo dicho la cantidad de vendedoras y de vendedores que, camino a la iglesia, muestran sus abalorios y amuletos, la mayoría de ellos para enamorar). Las leyendas son también inseparables a San Andrés, por ejemplo, cuidado con pisar cualquier ser viviente, ya sea hormiga, sapo o cualquier otro animal por humilde que parezca, pues puede ser un morto que no fue de vivo en peregrinaje al Santuario y, ahora de muerto, ha encontrado un ser que le pueda trasportar allí. Otras fábulas son las de la barca de piedra de Santiago que, en el sentir de los paisanos, amarro allí.
En fin, tantas cosas que hacen que entrar en San Andrés de Teixido sea algo más que visitar un pueblo, es visitar un mundo mágico, de cielos grises y aguas bravías, de relámpagos en el horizonte marino y plegarias a San Andrés iluminados por las velas, cuya luz se refleja en los exvotos allí colgados, uno de cuyos huesos parece ser la reliquia del Santuario.
Camino del Mirador Serra da Capelada, Garita del Diablo al decir de no pocos paisanos, y que no es sino un mirador costero de impresionante vista, y que por sí solo merece el viaje, encontré otro más modesto, aunque también precioso, señalado con un Cruceiro, que aún pertenece a San Andrés.
Jornada realmente muy larga, contando con que la carretera es bonita, si accedes por la C-642, para luego pasar a la C-646, pero no cómoda, más bonita pero igual de incomoda que la C-646 desde El Ferrol. Mejor hubiese sido dormir en el camino, pasear con más descuido por los pueblos aludidos, incluyamos especialmente al de Cariño y al de Ortigueira, que merecen, sin lugar a dudas, de nuestra mayor atención. Pero así lo hice y así he de contarlo, pues prefiero contar mí experiencia real.