Para un científico, o un ser hiperracional, cuando has
analizado la problemática que supone un punto de inflexión en la cotidianidad
de la propia existencia, se llega a la solución; por definición, la más
sencilla de todas. ¡Asunto concluido!
Pero no es así. Y no es que la solución haya sido mal
buscada, o mal encontrada. Ello significaría que no somos seres humanos. No
existiría disparidad en nuestra naturaleza. Algo así como una reacción química previamente acotada
en valores expresamente cuantificados. ¡No, no somos así! Ni siquiera lo
queremos ser. Por naturaleza somos distintos unos a otros y eso nos gusta.
Eso sí, somos seres gregarios y nos gusta singularizarnos
con respecto a los demás perteneciendo a un grupo. Porque, eso es otra, ¡cómo
disfrutamos de nuestras propias incongruencias! - Sí, pero hasta aquí. No, pero
quizás-. Qué maravillosa estulticia la que acomoda a los seres racionales en la
vida. Nos creemos los seres más racionales y no somos sino víctimas de nuestra
propia irracionalidad.
Si contrastamos la psicología del artesano con el del artista,
veríamos, por un lado, el ser racional, empírico, cognoscitivo, al ser que
progresa entre dos estadios con arreglo a su tenacidad, su esfuerzo y su autoformación;
por otro el ser irracional víctima de su propia personalidad, al ser de las
percepciones fracasadas, al ser que le desborda la esencia inalcanzable,
voluble, abstracta. Sin embargo la estupidez de las sociedades nos dicta cual
es el camino adecuado, mediante la estupidez individual de cada uno de sus
miembros. “Hay que ser artista, el artesano es un obrero muerto de hambre”; “El
camino de la mediocridad, frente el camino de la memoria historia”. Pero es
todo lo contrario.
A mis alumnos les ruego que intenten ser artesanos, nunca
artistas, pero también sé, por experiencia propia, que eso es algo que no van a
poder elegir porque lo uno o lo otro está dentro de ellos mismos, fuera de su
alcance. Hoy en día las mujeres se pueden poner pechos más grandes, los hombres
se pueden poner pelo dónde los años se lo quitaron, pero todavía no se pueden comprar
una personalidad deseada como lo harían con un traje.
Me siento incapaz de luchar contra la insatisfacción, la
irracionalidad me subyuga, la inminencia del fracaso me atrae vertiginosamente.
Si quiero fotografiar un escenario, no puedo dejar de pensar que esa misma foto
la han hecho cientos de miles de personas antes que yo, y si eso es así, ¿para
qué quiero fotografiarla? Tiene que haber otra solución a la manida foto de la
torre Eiffiel un día soleado de primavera, incluso a un día lluvioso. Cuando la
valoración de las zonas quemadas de la fotografía ya es algo innecesario, la
profundidad de campo que resalta la torre es un reflejo empírico, las texturas
arrancadas del papel no son capaces de justificarte como fotógrafo, entonces,
te das cuenta de que eres un desgraciado y, lo que es más grave, lo has sido
toda tu vida y lo serás hasta que te mueras.
Si un día vas a Normandía tendrás, de la forma que cultural
y psicológicamente te atañe, que imbuirte en el desembarco que las tropas
aliadas protagonizaron contra el fascismo de Hitler. Visitarás el cementerio
americano con sus cruces y estrellas de David blancas e inmaculadas, el césped,
perfectamente silueteado alrededor de las cruces, salas de honores y aulas
documentalistas; también verás el cementerio alemán, con sus cruces encuadradas
–estas marrones como su derrota- yaciendo
sobre la hierba. Todo en perfecta armonía, todo en un milimétrico plano
evocador de la gloriosa gesta, en un mundo de orden y egolatría. Cientos de
personas, al unísono, disparando sus obturadores, pisándose las fotos unos a
otros. Pero tú te haces un par de preguntas: ¿Es la muerte que allí se
glorifica blanca?, ¿cuándo ves las edades de los alemanes caídos, es la exquisita
formación de hileras lo que lo evoca? . Si te contestas que la muerte está
hecha de fango, de sangre, de cuerpos mutilados, de olor a muerte y a
defecaciones incontroladas, si es eso lo que ves y si es eso lo que quieres
reproducir, si la velocidad del obturador, la apertura del diafragma, la
sensibilidad del sensor no son todo lo que necesitas, amigo mío eres un
desgraciado porque entonces eres un artista. Un artista sin gloria, un artista
sin reconocimiento social, pero un artista y, para nuestra desgracia, eso no lo
puedes cambiar.