lunes, 25 de febrero de 2008

RETROMÓVIL




No siempre se puede uno subir al coche, quitarle la capota, y salir a la carretera en busca de esas expereiencias que tanto añoras durante toda la semana. Esas experiencias basadas en conceptos como libertad, rebeldía, huida, venganza por una vida mediocre; experiencias que has modelado en tu cabeza y quieres volcar en una fotografía, en un partido de futbol, en la panorámica de un valle o, simplemente, en devorar kilómetros con la sensación del viento en tu cara, tu música y el olor a campo. Muchas veces cuando llega ese sexto o séptimo día de libertad tras cinco de esclavitud, tus expectativas quedan frustradas por tu incapacidad a romper con todo lo que las constriñe, tu miedo a decir "NO. Hoy es mí día", así que te quedan dos soluciones: o te enfundas el batín, te sientas en el sillón y ante un televisor al que ignoras te dispones a pasar el domingo imaginándote lo que podrías haber hecho y no hiciste, o vences la desidia y buscas un sucedáneo, no se, una exposición, una concentración o cualquier otro evento que pueda resarcirte de tus insustanciales excusas encubridoras de la pereza que no te dejo hacer algo más consecuente con tus preferencias.















Así que hoy he aprovechado el XIII edición de RETROMÓVIL de Madrid, para irme a La Casa de Campo madrileña a babear como un niño ante los juguetes que allí se me ofrecían a la vista, porque lo que es al monedero lo tenía muy difícil.
¡Qué recuerdos!. Volver a ver aquellos taxis de mi más remota infancia (Austin y Citroén), con su añorada personalidad, al menos por mí, en color negro con franja roja; qué embelesamiento de la vista al pasearla por las formas de los Jaguar, los Morris, los Mercedes, Rolls …, o los grandes americanos, camiones, ... ¡Qué bonitos!. Formas sensuales, voluptuosas casi, formas agresivas, formas prácticas, formas caprichosas, formas …; como las de una mujer, como las de una carretera virada, como las del horizonte de mi Castilla.
Y es que el coche ha llegado a ser el instrumento por excelencia del hombre, sin que ningún otro se le pueda comparar, aún cuando sea, ese candidato, quizás más útil, quizás menos peligroso, quizás mas interactivo, quizás más omnipresente, seguro que nunca se le habrá dado una carga emotiva tan grande. La herramienta más valiosa del trabajador no puede competir con la sensación que tuvo cuando compro la furgoneta; ¿los hoteles que luego serán visitados, son recordados como el asiento trasero del primer coche, el coche de nuestra adolescencia?; ¿La primera vez que fuimos a estrenar el coche saliendo con toda la familia a pasar el día lejos, lo hemos olvidado?. Pero, ¡vamos a ver!: ¿cual era la única maquina que en las décadas de los sesenta y los setenta, en Madrid, se la llevaba a bendecir en El Cristo del Pardo?, ¿cuál sino el coche?.
Y digo coche no automóvil, para meter en el grupo a esos elementos de rodadura capaces, desde una muy temprana edad del hombre, de haber dado un servicio, un prestigio, un placer, un entretenimiento y, al final una devoción para el ser humano. ¿Qué otra maquina se le puede comparar?. ¿Qué máquina ha recibido una carga afectiva similar?.
Por eso hoy, día 24 de febrero de 2008, fui a la exposición con una excusa perfecta para tranquilizar mi espíritu de inquieto correcaminos de asfalto.