miércoles, 31 de agosto de 2011

Mala ley

Me escuecen los ojos de mirar por barlovento.
No puedo dejar de mirarlos, soberbios, agresivos, pero incapaces de izar la bandera que distingue la realidad de su esencia, su maligna realidad. Por encima de ellos se oculta el sol, pero no habrá tregua durante la larga noche que ya nos empieza a envolver, ni la esperamos. Por sotavento, faluchos destartalados, botados a todo correr desde la costa, nos acosan pensando en el botín, pobre botín, que quieren rapiñar. Mala posición la nuestra, entre la espada y la pared.

Corre el rumor, por los voceros de mal augurio, que toca abandonar el barco. Eso a nosotros, a los de aquí, se nos da muy bien; tanto que muchas veces admiro a los del otro barco, ese barco que, sobre su inconsistente quilla, es mantenido por sus tripulantes, sus pasajeros y las autoridades portuarias con tesón, con virulencia y, sobre todo, con lealtad, mientras nosotros los dejamos hacer ensimismados en bobalicona expresión.

Personalmente, los que más me constriñe el ánimo de todo esto, son las actitudes de algunos de los que me rodean. Sobre todo de esos que cuando ven llegar el agua a los tobillos, y con más razón a la cintura, gimotean entre las cuadernas, y cogen hachas, trinquetes y mazas para descargar sus  píos dogmatismos, redentores del buen camino hasta hoy olvidado, abriendo vías en la amura de sotavento, mientras otros hacen señas desde la cofia de la mayor para señalar a los de enfrente el camino hacia el que hay que dirigir las andanadas. ¡De verdad, que envidia! No de estos claro, de los otros.

A un marino no se le distingue de cualquier otro holgazán cuando, fondeado su barco en la ensenada, se harta de mal vino y peor compañía en una choza del arrabal, ni entre bravuconadas de medio pelo con la baraja en una mano y la de siete muelles en la otra, sino cuando mira con ojos serenos los imbornales henchidos de agua incapaces de achicar.

¡Pero bueno! Eso es lo que hay, no soy yo quien para enmendar planas a nadie, el contramaestre llama a cubierta con avios de combate y, puestos a pintar en vastos, ¡sea!.