martes, 1 de febrero de 2011

De la dignidad

Definida la dignidad como gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse (R.A.E.), a uno le cabe preguntarse si esa forma de comportarse depende del medio en el que el digno se desenvuelve y a los motivos propiciados por la propia situación. De ello deviene, de ser cierto, que no existe cualificación de dignidad, pues, en su entorno, tan digno es un heroinómano en un poblado marginal de Madrid dedicado a la venta de droga, como un cura oficiando Misa en una imponente catedral.


La indignidad ofende. Ofende nuestro sentido de la ética y de la estética, ofende nuestra propia dignidad que se ve mermada cuando una persona individualmente respetada se nos muestra adulterada, completamente distinta a nuestra percepción de correcto comportamiento.

En política tenemos ejemplos de conducta indigna, no delictiva, a la que parece que nos vamos acostumbrando como nos acostumbramos a tantas y tantas degradaciones de esas reglas de comportamiento que se van truncando merced, decimos, al acomodamiento a una inercia de las reglas sociopolíticas más permisivas con el fin que con los medios.

Esa ofensa, de la que antes hablaba, es mayor cuando viene de personas del entorno político más próximo. Y uno no puede evitar la semejanza entre la de un concejal que desprestigia en un pleno municipal a un compañero de partido (pleno en el ayuntamiento de Villaviciosa de Odón 28/01/2011), con un cura heroinómano que da Misa en un burdel. Cuando esto pasa, la palabra, el proyecto, la unidad programática, únicas armas que tienen los políticos para realizar su función social, es sustituida por la soberbia y la indignidad.

Otra versión más trabajada

La indignidad ofende. Ofende nuestro sentido de la ética y de la estética, ofende nuestra propia dignidad que se ve mermada cuando una persona, grupo o institución, por sí respetada se nos muestra adulterada, completamente distinta a nuestra percepción de correcto comportamiento.


Definida la dignidad como gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse, a uno le cabe preguntarse si esa forma de comportarse depende de la correcta unión entre el medio, y los motivos propiciados por la propia situación, en el que el digno se desenvuelve (calidad), o si deviene de los caracteres del individuo (cualidad). De ser cierto lo dicho, en su entorno, tan digno es un heroinómano en un poblado marginal de Madrid dedicado a la venta de droga, como un cura oficiando Misa en una imponente catedral.

En política tenemos ejemplos de conducta indigna a la que parece que nos vamos acostumbrando como nos acostumbramos a tantas y tantas degradaciones de esas reglas de comportamiento que se van truncando merced, decimos, al acomodamiento a una inercia de las reglas más permisivas con el fin que con los medios. Así devaluamos claramente la calidad, cuya esencia social pierde peso frente a la cualidad, anidada en la esfera individualista.

Al haber desistido la dignidad, o la indignidad, del componente social, el individuo se enfrenta sólo ante el juicio moral tremendamente inflexible desde el prisma objetivo, haciéndole protagonista de su entorno. Puestas así las cosas, si un político, contrariamente a las lógicas prevenciones sobre la protección de su partido, y con motivos puramente personales, arremetiese fuera del espacio diseñado, contra su propio partido, vendría a tener la misma cualidad que un cura heroinómano dando Misa en un burdel.