jueves, 15 de marzo de 2007

Nidos de muerte



Cuando se sale de Villaviciosa de Odón por la M-501, salimos definitivamente del mundo urbano de Madrid. Es por tanto una de sus puertas, sucesora de aquellas tan famosas en este país, y fuera de él, como la de Alcalá o la de Sol, o aquellas que lo son menos como la de Lauapiog (Lavapiés), la de los Poços de la Nieue o la de la Vecva, alguna inclusoo queda emparentada con esta hipotética de Villaviciosa como la Puerta de la Pvuente que salía de la ciudad por la calle Segovia para tomar el camino de Móstoles. Puertas que tan hermosamente fueron descritas en planos topográficos, obras literarias, lienzos pictóricos.
Esta puerta, que ahora bautizo como La Puerta de los Pantanos, se ubica exactamente en la rotonda que gestiona el cruce de la carretera M-856 con la M-501 y debería de ser tratada con la sensibilidad que se merece, siendo engalanada como su posición exige, la cual es patente pues se terminan definitivamente los núcleos industriales, las grandes carreteras, las rotondas, las pasarelas de cruce, los grandes núcleos urbanos; para dar paso a los cotos de caza, las dehesas, los campos de cultivo, las reservas naturales.
Este límite de hábitat tan tajante, a mí, además de admiración me producen un poquito de aprensión, pues yo, que soy urbanitas –vivo en Villaviciosa de Odón a la que considero un barrio de Madrid, el último geográficamente- lo percibo con la misma sensación que la que me producen las películas de ciencia ficción cuando contraponen un mundo, el propio, encerrado en una burbuja esterilizada, con otro exterior, natural, peligroso, desconocido, primitivo; esas películas en las que un joven rebelde huye, con la joven sumisa, del mundo ideal, alineado.
Salí, como tantas veces, a explorar aquel mundo ajeno, salí como salen los viajeros que realmente lo son, aquellos que portan como bagaje imprescindible la imaginación. Salí sin intención de llegar, sino con intención de estar, de fundirme en aquel entorno medio de sierra medio de valle, medio de luz medio de sombra; haciendo de la excursión el único protagonista de aquel momento. Coche descapotado, música de Paul Simon, …: aventura de una mañana de domingo.
Cruzo mi Puerta de los Pantanos tomando la carretera M-501 y, después de cruzar el puente que salva el río Guadarrama, me desvío hacia Brunete en el kilómetro 17 (ojo, porque, una vez abandonada la carretera general, en lugar de seguir al pueblo por la derecha, sigo recto en dirección a Navalcarnero - El Escorial hasta la rotonda, donde, ahora sí, tomo la desviación de Brunete-El Escorial (salida de la derecha).
Allí estaba, aquel volumen siniestro que hacia tiempo había llamado mi atención pero al que nunca había querido acercarme; aquel volumen que aún siendo tan notorio (existen muchos otros ocultos en las inmediaciones, en cotos privados, entre bosques o vaguadas de esa zona de Madrid), no dejó de sobresaltarme. Pequeño, gris, arrinconado junto al cercado de un chalet. Es algo que desentona de su entorno, como si fuese la otra cara de la moneda, el pájaro de mal agüero, el médium pétreo de la necromancia: es un nido de ametralladoras de la Guerra Civil Española, es un nido de muerte.
Siguiendo por esa carretera, la M-6000 dirección al Escorial, en el kilómetro 33, hay otros tres. Incluso más grandes. En ellos te puedes meter, sentir el hacinamiento, el miedo, la perplejidad, la angustia de personas que estaban allí porque allí las habían obligado a estar; lejos de los desfiles, flores, monumentos, vítores, risas y toda esa tramoya con la que los políticos, en connivencia con los militares, tapan la agonía de los hombres como yo, hombres de ahí abajo.

Allí podrás ver lo que otros vieron y algunos no tuvieron tiempo para recordar. Allí quedarás preñado de memoria histórica o de hitos nacionalistas. Yo me quedo con las lágrimas de la madre por el hijo que no vuelve, del hijo que no puede recordar, y ello le mortifica, el olor de su novia, de la novia que ve vacío el hueco de sus abrazos.
Los caminos son así, unos llenos de optimismo, otros de pesimismo, todos de vivencias.
Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
Antonio Machado