martes, 15 de julio de 2008

Mi estilográfica

Os veo muy transcendentales. Y me alegro, me alegro porque sacáis mucho de vosotros mismos aquí y eso me permite conoceros mejor. Conoceros alejados de la fútil imagen que se da en un foro. Yo, la verdad es que soy muy tímido y las plataformas de prodigalidad personal son escenarios de los que siempre huyo, me tendréis que perdonar y aguantarme como soy. Hace ya algunas páginas alguien decía, o yo lo entendía al menos, que es bueno escribir aquí para que la gente pueda leer lo que pretendes comunicar. Sin embargo yo nunca escribí para nadie, ni siquiera mi familia conoce lo que escribo, o conoce muy poco de ello. Guardo en secreto lo que escribo, como el que ama guarda precavido el resultado de su amor, oculto a las miradas de aquellas personas que podrían ridiculizar, mal interpretar, incluso repudiar ese amor. La estilográfica es mi amante. Esa amante de la que estás enamorado, no de la que publicitas en una barra de bar, presuntuoso y abyecto machurrón de tres al cuarto. Yo le cuento a ella mis cosas, mis problemas; ella me los replantea, me los presenta desde otros ángulos y así me reconforta y me ayuda. Cuando lloro, ella me presta sus lágrimas azules, cuando río ella me presta la carcajada de sus renglones, cuando amo ella me presta la voluptuosidad de su letra. Nuestra casa es una mesa de roble con vistas a las librerías que nos circundan, calida y oculta. La luz del flexo que ambienta nuestro hogar es azul como su tinta, calida como su palillero, algunas veces hiriente como su plumín. Nuestro lecho es una hoja gruesa, de buen peso, como las camas con dosel de los príncipes y princesas que hemos rescatado de los libros de mi infancia, de esa infancia que pase con un palillero, un plumín y un frasco de tinta en la mano. ¡Mi infancia!. Mi infancia es un recuerdo de … una interminable novela de Tarzán en el que le hacía viajar por selvas de iban desde el Congo hasta Ruanda pasando por Sudáfrica en una semana como mucho; ¡esos sí que eran ser héroe y no lo que hay ahora, coño!. Héroes sacados de las estanterías de la zona infantil de la biblioteca de la calle Marcenado de Madrid, aquella biblioteca oscura, de tarima de madera por la que los héroes, piratas, caballeros y vaqueros se entretenían en contarse sus vivencias anacrónicas cuando salía por la puerta la bibliotecaria, adusta y harta de su mezquina vida. Héroes sacados de los estantes de las dos librerías familiares que luchaban por sobrevivir, por contar sus vidas, a un mundo al que le importaban tres pimientos sus aventuras. Recuerdo mi primera estilográfica: una Parker. Bella, sensual, con su plumín oculto; su émbolo en sístole burbujeante de fluidos azules, o negros perdonad mi debilidad cromática. No recuerdo si me excité, la verdad, pero me di cuenta que algo había cambiado. Algo me atraía. Y es que hasta entonces había escrito con palillero, un palillero, mientras que ahora lo haría con una pluma. ¡Joder con la pubertad incipiente!. Y es que las medias de cristal con costura, los zapatos de tacón, los vestidos de vuelo, los brazos desnudos, en resumidas cuentas, La Pluma, ejercían un canto de sirenas con una competencia desleal con los hasta ahora faros de mi admiración: sombrero de ala ancha, chaqueta cruzada, bigotito, pantalón con dobladillo externo, El Plumín. Como veis todo lo que rodea mi escritura es algo muy íntimo y yo muy mirado para las cosas del amor.