lunes, 20 de diciembre de 2010

¿Qué queda?

Llega un momento en que uno no sabe si va para delante o para atrás. Son momentos de zozobra en los que no entiendes que está pasando, en los que las encuestas pesan sobre tu moral como una losa de pizarra, en los que no llegas a comprender el fin último de tus guías, en los que chocas con la incomprensión de la gente, en los que dudas. Miras a tu alrededor y sólo ves sonrisas irónicas, qué tu criterio deja de tener valor mientras que otros criterios, en los que tu no crees, no necesitan argumentar para salir airosos con insultante arrogancia.


Me siento extraño, ajeno. Este país, esta sociedad, esta gente no es la mía. Y lloro mi soledad como el poeta llora sus versos, y lloro mi amargura como el pintor llora sus oleos, y lloro mis silencios con las carcajadas de los otros.

¿A esto se le llama depresión, no?. ¡Hay que joderse con la puta crisis, las Navidades y la lluvia!.

Pero … ¿Qué queda?. Pues queda la convicción primigenia. El regazo de tu madre, el abrazo de tu amante.

Queda saber por qué te has posicionado y cual es tu escala de valores. ¡Sin más!. Y la mía son las personas. Las personas por encima de todo. Las personas que son capaces de crecer con su estímulo personal, con sus penas, su sudor y sus lágrimas; que tienen sentimientos y que son frágiles y humildes. Estoy ahí, con ellos, frente a los mercados que vulneran sus necesidades en base a una cuenta de resultados, frente a los ególatras, sádicos e intolerantes que humillan a todos los que les rodean y se jactan de su prevalencia sobre ellos, estoy frente a los que juegan con las cartas marcadas, marcadas con sangre o con dinero, sin importar los sentimientos de los demás. Estoy con los que se equivocan, con los débiles, con los perdedores, porque prefiero disfrutar del camino hasta la cima que encontrarme arriba sin saber por qué.

Por eso estoy aquí y, sabes, aquí me quedo.

Salud.