miércoles, 19 de marzo de 2014

Pueblo blanco

Yo no he nacido en Villaviciosa, he nacido en Madrid. Conozco este pueblo desde que tenía diecisiete años, no porque viniera a veranear aquí -ni “gomoso”, ni “colono”, ni otros epítetos excluyentes; o alguno habría, ¡vaya usted a saber!-, venía con unos amigos a acampar en el forestal, entonces aún se podía, y pasar el fin de semana sin la presión familiar.
Todavía recuerdo las calles de tierra y las calles sin coches. Nuestra relación con el pueblo y sus lugareños era prácticamente inexistente pero atisbábamos una sociedad distinta a la que nosotros estábamos acostumbrados y eso lo expresábamos con un “¡Joder!, que paletos son” (perdónenme, si escribo algo que todos ustedes, nacidos o no aquí han escuchado, dicho o pensado;  que no es “políticamente-correcto” , vale, pero no he inventado nada). Dicho todo esto sin la más mínima soberbia – yo veraneaba, siete años antes, en un pueblo mucho más pequeño y mucho más atrasado que este, de donde, por cierto, era una de mis abuelas- me parecía poco comprensible que estuviera tan cerca de Madrid y tan lejos de los madrileños.
¿Vivía Villaviciosa estrujada en el puño franquista?, ¿vivía al pairo de los caprichos de los “señores”, “señoras” y “señoritos”?, ¿violentaban su voluntad, su orgullo, su pundonor?: seguramente sí, y para ello les “catecumenizaban” a base de procesiones, influencias, amiguismo, fuerza bruta, etc, etc. Seguramente, no sé.
De aquellos aldeanos, hoy quedarán dos terceras partes, que si bien la natalidad nunca ha sido un problema para el medio rural, la emigración forzada, o no, sí hubiera dejado las calles del pueblo vacías si no fuera porque veinte mil almas las volvieron a llenar. Eso sí, almas foráneas, almas vacías de tradiciones, de parentescos, de afinidades. Y, entre esos veinte mil, vine yo.
Si hablamos de comunidad, hablamos de un proyecto en común, hablamos de un futuro colectivo, hablamos de armonía entre los ciudadanos. Sociabilidad en definitiva. Y hablamos de progreso, y hablamos de prosperidad. Y, definitivamente, hablamos de voluntad, de orgullo y de ese pundonor que a un pueblo cerca de Madrid le habían robado Franco, los “señores”, “señoras” y “señoritos” y que ya no se lo pueden robar
Hoy en día el pueblo elige. Elige y sufre. Sufre por cada periodista local que le tapan la boca, sufre con cada comerciante al que chantajean para que en sus escaparates no se expresen libremente, sufre por cada trabajador que es tratado como un ser inferior, por cada autónomo que cuando se revela se le denosta.¿Cómo es posible? ¿No ha cambiado nada?
Se saben la canción de Serrat “Pueblo blanco”:
Pero los muertos están en cautiverio

y no nos dejan salir del cementerio.