Yo no he nacido
en Villaviciosa, he nacido en Madrid. Conozco este pueblo desde que tenía
diecisiete años, no porque viniera a veranear aquí -ni “gomoso”, ni “colono”,
ni otros epítetos excluyentes; o alguno habría, ¡vaya usted a saber!-, venía
con unos amigos a acampar en el forestal, entonces aún se podía, y pasar el fin
de semana sin la presión familiar.
Todavía
recuerdo las calles de tierra y las calles sin coches. Nuestra relación con el
pueblo y sus lugareños era prácticamente inexistente pero atisbábamos una
sociedad distinta a la que nosotros estábamos acostumbrados y eso lo
expresábamos con un “¡Joder!, que paletos son” (perdónenme, si escribo algo que
todos ustedes, nacidos o no aquí han escuchado, dicho o pensado; que no es “políticamente-correcto” , vale,
pero no he inventado nada). Dicho todo esto sin la más mínima soberbia – yo
veraneaba, siete años antes, en un pueblo mucho más pequeño y mucho más
atrasado que este, de donde, por cierto, era una de mis abuelas- me parecía poco
comprensible que estuviera tan cerca de Madrid y tan lejos de los madrileños.
¿Vivía
Villaviciosa estrujada en el puño franquista?, ¿vivía al pairo de los caprichos
de los “señores”, “señoras” y “señoritos”?, ¿violentaban su voluntad, su
orgullo, su pundonor?: seguramente sí, y para ello les “catecumenizaban” a base
de procesiones, influencias, amiguismo, fuerza bruta, etc, etc. Seguramente, no
sé.
De aquellos
aldeanos, hoy quedarán dos terceras partes, que si bien la natalidad nunca ha
sido un problema para el medio rural, la emigración forzada, o no, sí hubiera
dejado las calles del pueblo vacías si no fuera porque veinte mil almas las
volvieron a llenar. Eso sí, almas foráneas, almas vacías de tradiciones, de
parentescos, de afinidades. Y, entre esos veinte mil, vine yo.
Si hablamos de
comunidad, hablamos de un proyecto en común, hablamos de un futuro colectivo,
hablamos de armonía entre los ciudadanos. Sociabilidad en definitiva. Y
hablamos de progreso, y hablamos de prosperidad. Y, definitivamente, hablamos
de voluntad, de orgullo y de ese pundonor que a un pueblo cerca de Madrid le
habían robado Franco, los “señores”, “señoras” y “señoritos” y que ya no se lo
pueden robar
Hoy en día el
pueblo elige. Elige y sufre. Sufre por cada periodista local que le tapan la
boca, sufre con cada comerciante al que chantajean para que en sus escaparates
no se expresen libremente, sufre por cada trabajador que es tratado como un ser
inferior, por cada autónomo que cuando se revela se le denosta.¿Cómo es
posible? ¿No ha cambiado nada?
Se saben la
canción de Serrat “Pueblo blanco”:
…
Pero
los muertos están en cautiverio
y
no nos dejan salir del cementerio.