martes, 20 de julio de 2010

¡España, España, España!

Vaya semanita la pasada. ¡Qué "hartaura"!. Lo que es más grave: ¡que acojone!.

España ha ganado el campeonato de fútbol del mundo. La afición se lanza a la calle envueltos en banderas rojo y gualda, se oyen por cualquier rincon vitores, chillidos, suspiros, se ven lágrimas. Es la última epopeya.

¡España, España, España!. ¡Joder tú!

¿Y el anuncio de las cervezas Cruz Campo?, qué te parece: “No es un equipo, es un país”. ¡Toma ya!. Yo, que ni me gusta el fútbol ni tengo una especial sensibilidad por el amor patrio, veía que me expatriaban oye.

¿Esto del amor patrio se puede decir?. Porque, entre los nacionalistas por un lado y los nacionales por otro, a uno le da vergüenza salir a la calle poniendo cara de póker ante tanto amor, tanta devoción, tanto ensalzamiento de atomización del mundo (eso sí, atomización controlada, no vaya a ser que al presidente europeo se le presente el presidente español y le diga que no quiere pertenecer a Europa, o el conseller primer, le digan los de Yeida, o los de Sitges, o los de la Barcelonesa, o los de la Parroquia del Mar por ejemplo, que verdes para els segadors, que ellos els pescadors).

Para echarle más sainete al asunto, algunos comentaristas políticos y sociales, algunos blogueros y algunos políticos chaqueteros sumidos en el ostracismo, se ven embriagados por tanta bandera roja y gualda que ondea desde los balcones navarros hasta los gaditanos. Mientras que otros, con más rayas en su bandera, claman a los cielos ante la caída del Estatut (porque, caer, a caído, tú).

Y yo, ya digo, saliendo en todas las fotos con la boca abierta, lo que quisiera es que alguien me explicase para que vale una patria, una nación. Porque sabiendo como se han formado, por la avaricia de los señores y la sangre de todos los demás, a mí, personalmente, no me queda mucha afición por el concepto; y sabiendo en lo que se han convertido, getos de vanidad, avaricia, intolerancia y competitividad, de cuya sinergia emana la xenofobia e incluso el racismo, pues aún menos.

¿De qué estamos hablando entonces?.

Unamuno hablaba de intrahistoria, dándola un papel de evidente supremacía sobre la historia. La definía como carga cultural genética que se va perfeccionando desde nuestros antepasados ancestrales hasta nosotros mismos; sí, como una cadena. También hablaba de la contaminación de diversidad cultural, aplicada a esa intrahistoria, como estímulo de progreso intelectual del ser humano. Esto sí. Esto sí me vale. El país, por tanto esta dentro de uno mismo, y la bandera es su propio cuerpo.

Lo demás es un proyecto, un proyecto de voluntades que nos une a unos con otros. Un proyecto para progresar, que no hay que confundir con un proyecto de progreso, para vivir mejor que en otros paises, para protegernos como individuos o como sociedad, para apoyarnos en los miembros de la comunidad para nuestro propio beneficio, ... Todo  proyecto de este tipo, me repito, tiene sus componentes de vanidad, avaricia, intolerancia y competitividad y eso es lo que es un país.

El País Vasco y Cataluña creen que pueden seguir adelante con un proyecto propio y los partidos políticos independentistas quieren escalar en categoría profesional y dejar de ser presidentes de una comunidad autónoma para ser presidentes de un estado. 

Todo lo demás, las batallitas del "abuelo cebolleta", las del Cid Campeador, las de Jaime I, o las de los "Hijos del Sol" (Euz Kodi = Euskadi), se me antoja como una engañifa de unos listillos, para convencer a románticos demasiado inocentes.