martes, 27 de julio de 2010

Tambores de guerra

Público: Candidatura para Madrid

Suenan tambores de guerra. Nos ponemos nerviosos, un nudo en el estomago, sudor en la frente, la palidez del compañero, nos recuerda lo importante que es para nosotros la batalla. De ella vivimos, por ella hemos llorado y por ella hemos gritado de alegría. Queremos ganar esta nueva batalla, somos fuertes, muy fuertes, pero eso no basta. Sabemos que en los primeros pasos es cuando se va a ganar o a perder. Es el principio de la marcha hacia delante o del nuevo repliegue.


Como fantasmas iluminados por las luces del campamento, los generales velan armas, dudan o concluyen estrategias, buscan coaliciones y se guardan de traiciones. Bajo su estandarte se enrocan en sus opciones como las únicas ciertas, definitivas. Juegan sus cartas, sus manoseadas y poco limpias cartas sobre tapetes de paño rojo bordado en blanco. Y todo ello a sabiendas que esas partidas, como las rémoras de los tiburones, son las que realmente ponen en peligro la victoria.

La derrota. Eso no nos lo podemos permitir. Podemos perder la batalla, muchas veces lo hemos soportado, pero no nos podemos permitir el ostracismo de la derrota. Porque si vencer es posicionarse en una cota estratégica, ser derrotado significa que te desalojen de tus posiciones de vanguardia por las que tanto has luchado. Posiciones puestas en peligro persiguiendo quimeras.

La tropa sabe bien que es eso, la derrota. Ellos son los que están ahí y si lo pierden, lo pierden todo. Ellos son los encargados de barrer el campo de batalla, ellos son los que van a sufrir la inquina de los vencedores, los generales son los encargados de recoger los laureles de la victoria, nosotros no. Hay cosas que ni siquiera el pequeño corneta se puede permitir, perder el motivo por el que está en ese campo de batalla.